14 may 2009

No violencia cristiana (II): además de la túnica, la capa

"...al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también la capa" (Mateo 5,40)

El segundo ejemplo [de no-violencia] que da Jesús en el Sermón de la Montaña se ubica en el ámbito jurídico. Alguien termina siendo sentenciado a entregar su capa ¿Quiénes podrían quedar obligados a hacerlo y bajo qué tipo de circunstancias? Las pistas para una respuesta las aporta el antiguo Testamento:

Si haces un préstamo cualquiera a tu prójimo, no entrarás en su casa para tomar algo en prenda; espera afuera, y el prestatario saldrá a devolverte la prenda. Y si es pobre, no te acostarás con la prenda; se la devolverás a la caída del sol, así él se acostará sobre su manto y te bendecirá. ... No ... tomarás en prenda la ropa de la viuda. (Deuteronomio 24,10-13.17)

Sólo los más pobres entre los pobres no disponían de otra cosa para dar en prenda que su manto-capa. La ley judía es estricta y exige su devolución cada tarde a la caída del sol, ya que es todo lo que el pobre tiene para acostarse y dormir. La situación a la que está haciendo referencia Jesús es una que le resulta más que familiar a su auditorio: un deudor pobre ha ido cayendo en una pobreza cada vez mayor, no es capaz de saldar la deuda contraida y su acreedor termina por llevarlo ante el juez, para así recuperar su propiedad por medios legales.
El endeudamiento constituía el problema social más grave en la Palestina del primer siglo. Las parábolas de Jesús están llenas de deudores que luchan por salvar sus vidas. No obstante, esa situación no era consecuencia de catástrofes naturales que hubieran perjudicado a personas poco capaces. El endeudamiento era una consecuencia directa de la politica imperial romana. Para financiar sus guerras los emperadores presionaban incansablemente con impuestos a los ricos. Por eso los ricos preferían asegurar su bienestar mediante inversiones que no lo fueran en moneda. La mejor alternativa era la inversión en tierras; pero había un problema: no se las comercializaba en un mercado abierto como hoy en día. Las tierras como un bien en propiedad ancestral se traspasaban de generación en generación. Por lo general y particularmente en Palestina había poca oferta en tierras. Sin embargo, tasas de interés exorbitanes, servían para ir endeudando más y más a los propietarios de tierras, hasta terminar forzándolos a venderlas. En épocas de Jesus este proceso ya estaba muy avanzado: grandes latifundios pertenecían a propietarios que no vivían en ellos, sino que los dejaban a cargo de administradores, que a su vez los hacían trabajar por esclavos, por arrendatarios y jornaleros. No es algo fortuito que la primera acción de los revolucionarios judíos en el año 66 d.C. consistió en prenderle fuego al tesoro del Templo, pues allí se guardaban los registros de deuda.
Es en este contexto que habla Jesús. Quienes lo escuchan son los pobres ("si alguien quiere pleitear contigo"). Quienes lo escuchan comparten un odio profundo por ese sistema que los somete a la humillación, que los despoja de sus tierras, de sus bienes y al final incluso de sus prendas exteriores.

Pero entonces, ¿para qué aconsejarle a esa gente ya humillada, que entregue también sus ropas interiores? Pues eso hubiera implicado despojarse de toda la ropa y salir del tribunal totalmente desnudo. Colóquese uno mismo en la situación del deudor y imáginense las risas que habría generado semejante propuesta. Allí queda el acreedor, ruborizado y avergonzado, con tus prendas exteriores en una mano y tu ropa interior en la otra. De golpe has invertido los roles. No tenías ningúna chance de ganar el juicio, porque la ley estaba enteramente a su favor. Pero te negaste a ser humillado, y al mismo tiempo generaste una protesta llamativa contra el sistema que produce deudas semejantes. Lo que realmente estás diciendo es: "¿Quieres mi túnica? ¡Ven, llévatelo todo! Ahora posees todo lo que tengo, a excepción de mi cuerpo. ¿Será ese, al que acto seguido irás a tomar?"
En el judaismo la desnudez era un tabú, y la vergüenza no recaía sobre quienes estaban desnudos, sino sobre los que miraban la desnudez o la causaban (Génesis 9,20-27). Al desnudarte arrastras al acreedor a la misma situación por la que fue maldecida Canaan. Yendo desnudo por la calle, tus amigos y vecinos sorprendidos y asustados querrán saber qué ocurrió. Tu se lo explicas. Ellos se van sumando a la columna cada vez más larga, que a medida que crece se asemeja a un desfile de victoria. Todo ese sistema que oprime a los deudores ha quedado desenmascarado en público. El acreedor ya no es alguien "respetable" que presta dinero, sino que es cómplice en la reducción de todo un sector social a la pobreza y al despojamiento de sus tierras. No obstante, este desenmascaramiento no es meramente punitivo; le brinda una posibilidad al acreedor de ver, quizás por vez primera en su vida, lo que causan sus prácticas y a arrepentirse de ello. Lejos de colaborar con la injusticia, el pobre ha utilizado el derecho, como en el Aikido, para poner en ridículo una ley legitimadora de la explotación.
Jesus, de hecho, se está poniendo del lado del payaso. Y haciéndolo sostiene en alto una venerable tradición del Judaísmo. Una recomendación del Talmud, más tardía, dice: "Si tu vecino te llama un burro, ponte una silla de montar sobre la espalda."
Los sectores que detenta el poder reclaman dignidad. Nada los despoja más rápido de la misma que una burla hábil. Cuando quienes no tienen poder se rehusan a demostrarle respeto a los poderosos, quedan en posición de tomar la iniciativa - aún allí donde el cambio de estructuras no es posible. El mensaje de Jesús, lejos de ser un consejo para actuar de manera perfecta -algo imposible de lograr en esta vida, propone una medida practicable y una estrategia que le confiere poder a los oprimidos. Les da una pista sobre cómo hacerle frente a todo ese sistema, desenmascarando la crueldad que le es propia y convirtiendo en objeto de burlas sus pretensiones de justicia, orden y derecho. Allí va un pobre que que ya no acepta seguir siendo exprimido como esponja por los ricos. Acepta las leyes tal como están escritas, las sigue hasta el extremo del absurdo y pone de manifiesto lo que realmente son. Se desnuda, sale del tribunal a la vista de sus connacionales y deja al acreedor y al andamiaje económico que éste representa totalmente al desnudo.

Bajo el régimen del Apartheid en Sudáfrica, durante un largo tiempo las autoridades buscaron muchas maneras para erradicar a una villa miseria, pero sin éxito. Un buen día, luego de que la mayoría de los hombres y mujeres habían salido a trabajar, vino el ejército. Los soldados les comunicaron a las pocas mujeres que aún quedaban en el lugar que tenía cinco minutos para juntar sus cosas, ya que después las aplanadoras iban a comenzar su tarea. Esas mujeres, quizás intuyendo la vergüenza que generarían en los hijos de campesinos sudafricanos, que formaban la mayor parte del ejército, se pararon frente a las aplanadoras totalmente desnudas. El ejército emprendió la retirada. [...]

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